El profesor Maiztegui y el cuidador del museo (foto: COMUNIÓN)
OPINIÓN
POR LINCOLN MAIZTEGUI CASAS
Visita a "El Cordobés"
La insólita amabilidad de la recepción es destacable en estos tiempos de gestos malhumorados y escasez de gentileza
"Bienvenidos. Les abro la capilla y la estancia. Recorran todo lo que quieran y quédense el tiempo que necesiten". La insólita amabilidad de la recepción es destacable en estos tiempos de gestos malhumorados y escasez de gentileza. Con el obispo de Melo, monseñor Heriberto Bodeant, y dos hermanas de una congregación que tiene su base en Santa Clara de Olimar, habíamos llegado a la histórica estancia que fuera de Aparicio Saravia, desde la cual se dirigieron al menos la mitad de los asuntos del país entre 1897 y 1904. En la portera podía leerse un cartel: "Museo El Cordobés. Horario de martes a viernes de 9 a 17 horas". Eran más de las 6 de la tarde. Las hermanitas, dos peruanas decididas y audaces, se bajaron de la camioneta, abrieron la entrada y por ella nos metimos. Cuando vi, a lo lejos, que venía un encargado, casero o conservador, como se llame, me temí lo peor: hacía más de una hora que el museo estaba cerrado, y supuse que nos echaría sin mayores contemplaciones. Me equivoqué de medio a medio. Es un muchacho de poco más de 20 años, aspecto típico del paisanito de nuestro interior, vestido de bombacha y botas y con una contagiosa y cálida sonrisa en el rostro. Nos dijo que estaba allí en condición de interino y que le gustaría mucho poder quedarse, pero que no dependía de él. Nos atendió con insólita gentileza y buena voluntad, y demostró un interés nada despreciable en conocer más sobre las circunstancias que rodearon la vida, la lucha y la muerte del Águila de El Cordobés. Se llama Marcos, y ojalá quede en el puesto.
El histórico casco está en buenas condiciones, y en su interior se respira el ambiente augusto de aquellos sitios en los que ha pasado la historia. El dormitorio de Aparicio y Cándida Díaz está prácticamente igual que cuando los esposos lo habitaban, y el hermoso ropero de madera guarda aún algunas prendas de vestir. También se conserva intacto el escritorio donde trabajaba el caudillo. No vi, sin embargo, el sello con su firma que me han dicho que existía hasta hace poco tiempo; tal vez "desapareció" con otros elementos, como los huesos del caballo "Banana" o un sombrero blanco, que integrantes de la familia Saravia denunciaron como faltantes en 2009. El resto de las habitaciones están llenas de fotos y grabados de los principales líderes revolucionarios y contienen lanzas y fusiles de aquellos tiempos, así como algunos cuadros - en su mayoría religiosos - que fueron de los moradores. Uno de ellos contiene la lista total de los papas de la Iglesia, de San Pedro a León XIII, de modo que puede suponerse que se colocó allí antes de 1903. Todo el casco impresiona por su austeridad y su escasa envergadura, y uno se pregunta cómo es posible que en ese espacio haya podido vivir cómodamente una familia compuesta por el matrimonio y varios hijos.
La capilla, construida por doña Cándida después del óbito de su esposo en Masoller, es de primorosa sencillez y elegancia. Lo que fueron galpones y otros elementos del trabajo de la estancia están en ruinas o han desaparecido, pero permanece una manga de piedra aparentemente intacta. En términos generales, la visita vale la pena, al menos para todos aquellos que aún son capaces de emocionarse ante la imponente presencia de los sitios históricos.
También es gratificante la visita al cementerio de Santa Clara de Olimar, donde se encuentra la tumba de Aparicio, de singular majestuosidad y belleza. A la entrada, de ambos lados del sendero, pueden verse varios suntuosos sepulcros, que no parecen propios de un pueblo que hoy es casi fantasma. Uno de ellos, de mármol negro, es el de Antonio Floricio Saravia, el célebre "Chiquito", que murió heroicamente en la carga de Arbolito, el 19 de marzo de 1897.
El paseo cultural, sin embargo, debe superar un inconveniente nada menor, que resulta casi vergonzoso: el pésimo estado de los caminos que llevan desde Santa Clara a El Cordobés. Ellos contribuyen a que este sitio histórico sea el más difícil de acceder de toda la historia universal, probablemente. Incluso la poderosa camioneta de monseñor Bodeant tuvo serios inconvenientes para desplazarse entre pozos, piedras de todo tamaño, pedregullo suelto y ganado que se cruza en el camino. Todos los excursionistas coincidimos en que hubiera sido mucho más seguro hacer el trayecto a caballo, o en mula, que en un moderno medio de transporte. Semejante desidia resulta imperdonable. Ojalá esta nota sirva para llamar la atención de las autoridades municipales de Cerro Largo respecto a este intolerable deterioro.
linmaica@hotmail.com
Más fotos y comentarios de esta visita, en otra entrada de este blog:
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