3 al 10 de octubre de 2010
Comisión Nacional de Pastoral Familiar
"¡Familia, sé lo que eres!". Con esta exclamación la Iglesia invita a las familias del mundo entero a volver a encontrar en sí mismas su verdad y a realizarla en medio del mundo. Hoy, en un mundo minado por el escepticismo, las familias deben redescubrir esta verdad sobre sí mismas, añadiendo: "¡Familia, cree en lo que eres!".
LA FAMILIA QUERIDA POR DIOS DESDE EL PRINCIPIO…
Como institución natural, la comunidad familiar fue querida por Dios desde el "principio", con la creación del hombre y la mujer, para el bien de los hombres. Cristo recuerda este "principio" cuando los fariseos intentan tergiversar su estructura (cf. Mt 19, 3-12). Los hombres no tenemos poder para cambiar el proyecto originario del Creador.
La exhortación apostólica del Papa Juan Pablo II, Familiaris consortio, subrayó la identidad de la familia, fundada en el matrimonio. Es una comunidad de vida y de amor conyugal. En una fidelidad sin reservas, el hombre y la mujer se entregan el uno al otro y se aman con un amor abierto a la vida. La familia no es producto de una cultura, resultado de una evolución; no es un modo de vida comunitario vinculado a cierta organización social. Es una institución natural, anterior a cualquier organización política o jurídica. Se funda en una verdad que ella no produce, porque fue querida directamente por Dios.
La familia, "arquitectura de Dios", plan inviolable de Dios, es también "arquitectura del hombre", compromiso del hombre en el designio divino. Cuatro tareas asigna la Familiaris consortio a la familia: la formación de una comunidad de personas, el servicio a la vida, la participación en el desarrollo de la sociedad y la misión evangelizadora.
IDENTIDAD Y MISIÓN
Particularmente hoy, es necesario que la familia no sólo descubra su identidad, sino también su misión; es decir, lo que puede y debe hacer dentro de la Iglesia y en la sociedad. Esto está profundamente relacionado con el cometido que tiene por vocación de Dios dentro de la historia. Según designio divino, la familia está constituida como “comunidad íntima de vida y amor” por lo que tiene una gran responsabilidad de ser lo que es: un reflejo del amor de Dios al hombre. Por ello, la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Es en la familia en donde el hombre aprende a amar y a darse a los demás.
Es necesario penetrar más a fondo en la singular riqueza de la misión de la familia y sondear sus múltiples contenidos. Primero, el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el esfuerzo constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas. Una convivencia que enriquezca a cada una de las partes, que las haga crecer y ser en la medida en que se entregan a los demás. El hombre no puede vivir sin amor y su vida está privada de sentido si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y si no lo hace propio.
El amor entre el hombre y la mujer en el matrimonio, y de forma más amplia, el amor entre los miembros de la misma familia, está animado e impulsado por un dinamismo interior e incesante que la conduce a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar.
(Tomado de la Ficha Nº 1 para la Semana de la Familia 2010, Comisión Nacional de P.F.)
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