lunes, 11 de octubre de 2010

Jacinto Vera en la Feria del Libro

Mesa Redonda sobre “Don Jacinto Vera: el misionero santo”, en la 33ra. Feria Internacional del Libro



La mesa fue auspiciada por Paulinas. Estuvo integrada por el P. Enrique Passadore (quincenario “Entre Todos”), el Diác. Miguel Zinola (“Con los brazos abiertos” – Radio Universal), el periodista Guillermo Silva (“Entre Todos” – Radio Oriental) y la autora del libro, Laura Álvarez Goyoaga

P. Passadore: Jacinto Vera, como el título lo sugiere, era misionero. Obispo misionero. Antes de ser obispo, ya era misionero. Recorría infatigable los campos de Canelones, siendo párroco, con su enormidad de capillas. Y luego vino su periplo por toda la república, desde Bella Unión hasta Río Branco y todos los lugares. También aparece nítidamente en la historia de Vera el aspecto de sacerdote, obispo, pastor. Con unas características propias e inconfundibles, que en cierta manera identifican el estilo de iglesia uruguayo. Quienes han recorrido el mundo lo saben. Todos los misioneros que llegan del exterior, lo primero que notan y resaltan es la manera de ser Iglesia que tenemos en nuestro país. Esa cercanía del sacerdote, esa familiaridad, esa proximidad, que arranca desde Jacinto Vera. Yo le preguntaría a Laura cómo pintaría a Don Jacinto en el aspecto del Sacerdote, del cura de pueblo como decía él; de este cura rural como decía San Pío X, que siendo párroco en Canelones, o siendo obispo, no cambió nunca. Que nos pintara el hombre, el sacerdote, en sus cualidades humanas. Porque un sacerdote, no hay que olvidarlo, antes que nada tiene que ser una persona, íntegra, sin dobleces, querido y admirado por todos por sus cualidades humanas.

Laura Álvarez: Lo que más destacaron los medios de prensa el día de la muerte de Don Jacinto, tanto los anticlericales como los católicos, fueron sus dotes como persona, y particularmente su condición de hombre cabal. Despidieron a un hombre cabal. Fue además un hombre muy inteligente, que se formó intelectualmente dentro de las condiciones propias de la época. Tuvo que viajar a Buenos Aires a estudiar, y no pudo hacer un doctorado como sí se lo permitió hacer a aquellos sacerdotes que se formaron bajo su ministerio, cuando él era cabeza de la iglesia. Era un hombre de una generosidad sin límites, que todo lo que tenía lo daba, al punto que cuentan, no sabemos si es leyenda o es verdad, que cuando asumió como vicario apostólico no tenía pantalones debajo de la sotana porque había regalado el último par que le quedaba. Fue también una persona con una humildad a prueba de todo, con una fe profunda, inquebrantable. Era a su vez, un hombre que conocía y amaba a su pueblo. Dedicó su vida a  dignificar a su pueblo; a alcanzarle el auxilio de los bienes espirituales y materiales en todos los órdenes a su alcance. Por eso recorrió el país, haciendo aproximadamente 150.000 kilómetros en una época en que no había ni caminos ni puentes, a campo traviesa, en un carro, para llevar el Evangelio a los rincones más remotos. Famoso por el sentido de humor, era divertido, encantador, con muchos amigos y profundos vínculos familiares. Era un sacerdote abnegado y entregado a su misión, al punto que  por esa fe y esa entrega hacía jornadas interminables. Empezaba normalmente a las cuatro de la mañana, porque nunca se perdía su espacio de oración y meditación personal, y seguía de repente confesando hasta las once de la noche, parando un poquito a mediodía para comer algo y nada más. La mayoría de los sacerdotes no podían seguirle el tren, al punto que el superior de los salesianos, cuando estaba en Montevideo, en alguna carta que escribió a Don Bosco dijo que todo el mundo sabía que en Uruguay confesaba más el Obispo que todos los demás sacerdotes juntos. O sea, un hombre entregado y dedicado a su ministerio. Y otra cosa que a mí me impactó desde que me encontré con Jacinto, tal vez por el paralelismo con otra novela histórica editada recientemente, en la cual la protagonista era una persona que había nacido inmensamente rica y había muerto inmensamente sola; que había tomado decisiones muy controvertidas para la época buscando denodadamente su felicidad personal. La diferencia con Jacinto es que él no buscó su felicidad personal. El se entregó a una causa. Y en esa causa a la que se entregó encontró una felicidad plena, al punto que pudo decir en su lecho de muerte “gracias a Dios está todo hecho”, ¿qué más se puede pedir? Pero, además, no solo no murió en soledad sino que no debe haber en la historia muchas personas que hayan muerto más acompañadas. Con todo el pueblo uruguayo rezando por él, y rodeado por sacerdotes y allegados. Su entierro fue el acto de masas más grande el Uruguay del S XIX. Eso me hizo reflexionar acerca de cómo buscar la felicidad nos lleva a perderla y no buscarla a nivel personal nos lleva a encontrarla.

Diác. Miguel Zinola: Todos estamos llamados a vivir en santidad. Difícil, pero no imposible. De ahí que la galería de los santos en la Iglesia sea mucho más rica y variada en héroes que la de todas las naciones de la tierra. Nos encontramos con santos que pertenecen a todas las épocas y naciones. Hombre, mujeres, miembros de todas las clases sociales; desde los más humildes, a los más ricos; desde los niños, a los ancianos; de toda raza, color y profesión; grandes Papas, frailes, filósofos, obreros, políticos, jóvenes deportistas y amas de casa. Parecería que no acaba la inmensa lista. No solamente hemos de fijarnos en aquellos reconocidos oficialmente por la Iglesia, sino también en la inmensa cantidad de anónimos desconocidos que celebramos el primero de noviembre, el día de todos los santos. Porque la santidad no es una condición privilegiada para místicos y monjes, sino la desembocadura natural de la fe y del amor comunes a todo hombre de buena voluntad. Es necesario quitar a la santidad cristiana todo ese velo de excentricidad, de anormalidad o mojigatería. Los santos son una enorme muchedumbre imposible de contar, formada por gente de todas la naciones. La universalidad de la santidad no vuelve inútiles las voces más pequeñas y desconocidas. Hay una anécdota que puede clarificar esto: el papa León XIII visitó a un grupo de frailes de una orden religiosa e iba preguntando uno a uno cuál era su profesión. Uno dijo muy orgulloso yo soy profesor de filosofía, el otro de dogmática, el otro de sagradas escrituras, el otro un gran predicador, el otro historiador. Y llegó a un hermano lego al que le preguntó el Papa: “¿tú qué haces?”,  y el pobre fraile muy humilde le dijo: “Yo soy el cocinero.” El Papa lo abrazó, lo ponderó y le comentó: “Sin su trabajo querido hermano, estas eminencias no podrían abrir la boca”. Eso sí, la santidad busca encarnarse en corazones abiertos, sencillos y humildes. Y con todo, pese a tal sinfonía de ejemplos, no faltaron esos nubarrones en la historia que oscurecieron esta común vocación, insistiendo demasiado en sus aspectos extraordinarios, con un poco de novelería, como si fueran criaturas del más allá o como superhéroes, de esos que miran los chiquilines en la televisión. A Dios gracias Francisco de Sales, allá en Ginebra, en sus escritos se dedicó formalmente a demostrar que la santidad es perfectamente conciliable con toda suerte de profesiones y de condiciones de la vida. En medio del mundo uno puede comportarse de un modo adecuado a la salvación del alma. La santidad no es propia entonces de extraterrestres, siendo al contrario, cercana,  y eso lo podemos comprobar en las páginas de esta novela. Jacinto vivió en el Uruguay del S XIX,  un Uruguay distinto, duro, que se veía tan abandonado, con esa campaña asolada por las batallas. Ahí aparece Jacinto, con ese celo pastoral. Laura, me han comentado que te habían aconsejado que la novela llevara otro título en lugar de "Don Jacinto Vera. El misionero santo". Podría haber sido Vera el Cura Gaucho, Vera el Calumniado, Vera el perseguido de la masonería, o algún otro título que llegara más a la gente, más adecuado al Marketing. ¿Por qué fue tan fuerte tu postura? ¿Por qué lo de santo en este país que hace más de 100 años vive de espalda a lo trascendente?

Laura Álvarez: Fue realmente mía la decisión del título, y es cierto que opiniones muy respetables me propusieron que pensara un título “más taquillero”. Me pareció bueno incluir las dos perspectivas. La de misionero porque lo define en su acción. Y la de Santo porque a mí personalmente me interpeló, me cuestionó, y pareció una forma de interpelar a todos los uruguayos que leyeran el libro. De descolgarnos de los lazos conceptuales que traemos como cultura y como nación. Santo etimológicamente significa “separado”, “trascendente”. Tal cual expresó Miguel, está aquella santidad  que aspiramos a vivir todos los cristianos, y está el santo canonizable, que es el ejemplo, el modelo, la referencia. Con sus virtudes heroicas, es como se ha dicho, el mejor evangelizador ya que aún después de muerto continúa evangelizando. Jacinto, que era un oriental común y corriente, enfrentando los mismos problemas y las mismas limitaciones del medio que cualquiera de nosotros, y además un exponente típico, en el sentido correcto y bien entendido, de la garra charrúa y de la viveza criolla, conjugaba las dos dimensiones. Con todas estas características, me pregunté: ¿podemos como nación concebir que uno de nosotros, el que toma mate y vive en la otra cuadra,  llegue a niveles de excelencia? Y me tuve que responder que sí, porque tenemos evidencias prácticas de que esto es así. El mejor jugador de fútbol del mundial, Diego Forlán, es uruguayo; tenemos primeras figuras a nivel mundial en arquitectura, música y medicina. Pero, qué pasa cuando se trata de santidad. ¿Somos capaces realmente de concebirlo y de aceptarlo? Por eso es el título, porque ¿qué se puede esperar de un pueblo que no aspira a que al menos alguno de sus integrantes alcance virtudes heroicas, que tenga una dimensión tan englobada en la santidad como Jacinto, que ni aún sus más acérrimos enemigos le pudieron encontrar cuestionamientos?

Guillermo Silva: Laura nos ha presentado en este libro la Historia planteada desde un punto de vista distinto. La historia desde la perspectiva de un hombre santo, de un sacerdote. Laura, sos la autora de Leyenda Nocturna, de El Senador, libros totalmente distintos de lo que vamos a encontrar en Don Jacinto Vera, el misionero santo. Cuando yo venía leyendo el libro, que es formidable, se me ocurrió la siguiente pregunta y la anoté:  ¿qué motivó en ti ese cambio de género?

Laura Álvarez: La motivación fue el encuentro con Jacinto. Con Jacinto descubrí un personaje inesperado para mí, de una manera que ahora me lleva a hablar en términos de gracia y no de casualidad. Fui a una conferencia en la Parroquia del Cordón del entonces párroco y actual Obispo de Canelones Monseñor Alberto Sanguinetti, donde descubrí una visión de la Historia que los uruguayos necesitamos conocer. Como escritora entiendo que el libro tiene que ser una herramienta de comunicación que cuente de la manera más eficiente posible, aquellas historias que merecen ser contadas. Por eso mi estilo narrativo no se funda en ejercicios estilísticos, que pueden dar lucimiento del escritor y terminan oscureciendo la historia, o que funcionan como excusa cuando no hay nada que decir.

Guillermo Silva: Entrando ahora en la novela, hay un personaje, Mariana, que es quien nos va acompañando a lo largo del libro. Hay también una tía, Rosario recientemente fallecida. Mariana al desarmar la casa de su tía, se encuentra de golpe con la documentación sobre la vida de Jacinto Vera. Ella está leyendo ese material. En el libro se va acompasando una historia moderna con otra antigua, que va influyendo en la vida de Mariana. Tal es así que hay un personaje Gabriel,  el esposo de Mariana, que cuando fallece esta tía Rosario está en el exterior y llama a esta protagonista para acompañarla en ese momento. Y Mariana le pregunta a Gabriel, ¿quién es Jacinto Vera?. Y Gabriel le dice, el Obispo que al decir de tu tía, fue protagonista de la historia de este país. Por eso viene la pregunta para Laura: ¿este sentimiento de Mariana encontrando esa documentación, te refleja a ti? ¿Hay una confusión entre Mariana y Laura? ¿La evolución de Mariana fue la misma que la tuya conociendo toda esta documentación? Tú vas describiendo el hombre, el ciudadano, el santo, el misionero, desarrollando una historia y marcando una sociedad. Entonces, te preguntaría,  ¿te asimilás a Mariana, o Mariana a vos?

Laura Álvarez: Un poco sí y un poco no. Truman Capote dijo que el material con el cual el escritor trabaja es su propia vida. El personaje, la trama, pasan por el tamiz de la vida del autor; pero no necesariamente toda novela es autobiográfica. Por eso en algunas cosas sí, pero en otras no. Por ejemplo, en la novela se señala el encuentro de Jacinto con Mariana, y para mí existió también un encuentro, pero fue mucho más intenso. Mariana, a diferencia de mí, venía de una familia católica. Si en aquel momento me hubieran preguntado si me definía como católica, lo más probable es que habría dicho que no. Mi visión cambió radicalmente a través del contacto con Jacinto. Hubo sí una similitud en cuanto a que a Jacinto ambas lo descubrimos.

Guillermo Silva: En parte me contestaste esta última pregunta: me de da toda la sensación que inicia esta historia una escritora, una novelista que no tiene o tiene muy poca fe. ¿Se produce en el transcurso de la novela una conversión?

Laura Álvarez: Totalmente. Mi esposo me dice que ya tenía una intuición de lo sobrenatural, pero la fe no era algo importante en mi vida. El encuentro con Jacinto produjo una serie de procesos, de apertura a nuevos conocimientos. A partir de este encuentro, ya que vengo de una formación académica continua, comencé a profundizar en otras visiones. Lo vivo como una conversión, y también como un enriquecimiento intelectual. Y es eso lo que quiero aportarle a los lectores a través del libro.

Guillermo Silva: Te agradezco Laura. Y para terminar: éste es un libro para quienes profesamos la fe, porque es la historia de un hombre santo, de un misionero formidable. Pero saben una cosa: si yo tuviera que recomendar la lectura de este libro, lo haría a aquellas personas que no tienen fe, que no tienen todavía esa fuerza espiritual. Porque yo les puede asegurar que a partir de este libro, va a haber más de una conversión. Muchas gracias

P. Passadore: No tengo la menor duda que todos sentimos que Don Jacinto Vera está vivo. Que no es un fósil del pasado sino que sigue latiendo junto a nosotros. Siempre nos cuesta, cuando se habla en profundidad, adentrarnos en lo que el otro es, sus vivencias más profundas, su sentir, sus anhelos. Y vamos conociendo a las otras personas a través de las palabras, de los gestos, de sus acciones, de lo que escribe. En esta obra de gran valor literario, vamos conociendo un poco más a Don Jacinto. Vamos queriéndolo, apreciándolo, y como decía Guillermo nos sirve para recomendarlo. Para que los demás vean que un testimonio tan fuerte de  humanidad y de santidad puede ayudarnos a crecer como personas. También, no está de más decirlo, nos resuelve un problema concreto que muchas veces tenemos. Cuando hay un cumpleaños nos preguntamos: ¿qué voy a regalar? El problema está resuelto regalando este libro.

Diác. Miguel Zinola: Para finalizar queremos compartir lo que el Poeta de la Patria dijo en el acto funerario de Don Jacinto Vera: “señores, hermanos, pueblo uruguayo, el santo ha muerto…Su sonrisa afable y serena ahuyentaba los rencores: él conciliaba a las familias y desarmaba a los enemigos”. Quiera Dios que tan preciado modelo de santidad, que cruzó los suelos de nuestra patria, sea difundido, apreciado, imitado, no sólo por los cristianos, sino también que lo entiendan y tomen en cuenta todos los uruguayos y uruguayas.  Para no limitarnos a ponderar figuras partidarias, sino también abrir nuestra mente a estos héroes que hicieron tanto por nosotros. Gracias Laura.

No hay comentarios: