Diario EL PAIS, Montevideo, sábado 23 de octubre de 2010
El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI anunció la canonización de cinco nuevos santos, entre ellos una monja australiana [Mary MacKillop], país donde los que profesan la religión católica son apenas un cuarto de la población. Mientras tanto, en nuestro país, se sigue sustanciando el trámite (positio) para proponer ante el Vaticano la canonización de Monseñor Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo, llamado "el obispo gaucho", que encomendado en 1998 al actual obispo de Canelones, Dr. Alberto Sanguinetti Montero, lleva sustanciado un 90%. De concretarse la aspiración, sería el primer santo uruguayo reconocido por la máxima autoridad eclesiástica.
Tras años de investigación en archivos locales y extranjeros, Sanguinetti Montero ya concluyó el resumen del proceso diocesano (unas 300 páginas) y, sobre todo, ha finalizado la biografía documentada, que tiene una extensión de 1.500 páginas y maneja más de 4.000 documentos. Sólo resta concluir el alegato introductorio, que serían otras 200 páginas.
A partir de allí, se espera que el Papa anuncie la canonización [1] de Don Jacinto Vera, una figura uruguaya de relevancia en la segunda mitad del siglo XIX, que en los últimos meses ha estado presente en tres libros: uno de Beatriz Torrendell Larravide titulado "Geografía Histórica de Jacinto Vera", otro del Pbro. Dr. José Gabriel González Merlano titulado "El conflicto eclesiástico (1861-1863)" y recientemente una atrapante novela de Laura Álvarez Goyoaga titulada "Don Jacinto Vera, el misionero santo", cuya presentación estuvo a cargo de figuras literarias de la talla de Tomás de Mattos y el mismo obispo de Canelones.
A raíz de esos acontecimientos que tomaron estado público, se ha venido conociendo algo más de la vida, el pensamiento y la obra de Monseñor Jacinto Vera, un personaje excepcional de nuestra historia, que vivió tiempos convulsos y fermentales, como la Guerra Grande y las revoluciones civiles, que recorrió varias veces el país en misión pastoral confortando enfermos, presos o perseguidos por las confrontaciones bélicas, ocupándose de los necesitados al punto de merecer el título de "Padre de los pobres", ya que todo lo daba con absoluta generosidad.
Fue probablemente el hombre más querido en su época. Sus funerales, que duraron tres días, vieron pasar no sólo a la población de Montevideo, sino de muchas partes del país. Cuando llevaron su cadáver desde Pan de Azúcar a Pando, la diligencia debió detenerse continuamente porque de los campos salían las familias para llorar a sus pies, orar por él y pedirle una bendición póstuma. La prensa de la época, aun los enemigos de la religión católica, reconocieron su bondad, sus virtudes, su modelo de hombre evangélico.
Quizás el Uruguay de hoy esté precisando colocar en su justa estatura a una figura cuya vida ha pasado por lo espiritual. Este es un país donde se eleva a idolatrías a los caudillos políticos, pero rara vez a personalidades vinculadas a otras áreas, como la ciencia o -como en este caso- la religión. En Monseñor Jacinto Vera se tiene la oportunidad de venerar a alguien cuya vida ha transcurrido por caminos diferentes a la política y trascendido por su entrega al prójimo.
Es cierto que los uruguayos tenemos porcentualmente una adhesión al catolicismo inferior a la que exhiben otros países latinoamericanos, causas que pueden rastrearse, seguramente, en la prédica anticlerical batllista del pasado y a un presente de mayorías de izquierda, ideología que tradicionalmente ha tratado de dejar al margen a hombres o asuntos espirituales promovidos por la Iglesia Católica. No obstante, en casos históricos puntuales, como las dos visitas del Papa Juan Pablo II al país, o el regreso desde el Vaticano de Luis María Barbieri tras ser ungido Cardenal, en 1958, hubo multitudes extraordinarias agolpadas en las calles para testimoniar su adhesión a esos sucesos, lo que prueba que, aun en apariencia adormecida, la religiosidad está presente en los uruguayos.
Una nueva oportunidad de demostrarlo sería la unción de Jacinto Vera como santo, hecho que pondría además justicia a lo que ha sido su vida.
[Nota del editor del blog: en realidad, la canonización es un proceso más largo. El primer paso es la beatificación y recién luego viene la canonización. Para esos pasos es necesaria la comprobación de milagros realizados por la intercesión de la persona en proceso de canonización].
[Nota del editor del blog: en realidad, la canonización es un proceso más largo. El primer paso es la beatificación y recién luego viene la canonización. Para esos pasos es necesaria la comprobación de milagros realizados por la intercesión de la persona en proceso de canonización].
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