miércoles, 13 de octubre de 2010

Publicado en Ciudad Nueva, Octubre 2010


Encuentro 
El secreto de la Fazenda

¿Qué hay detrás de una obra social que recupera jóvenes de la droga con tan sólo convivencia, trabajo y espiritualidad como herramientas?
En ocasión del primer aniversario de actividad de la Fazenda de la Esperanza de Cerro Chato (Treinta y Tres), Ciudad nueva conversó con sus fundadores, el Padre Hans Stapel (“Frei Hans”) y Nelson Giovanelli

por Silvano Malini

-Frei Hans: la fiesta para el aniversario de la Fazenda uruguaya demostró todo el aprecio de las autoridades políticas y religiosas por su trabajo y sus logros.  
Frei Hans: Después de la visita del Papa a nuestra sede central, la Fazenda es reconocida en todos los ambientes de Iglesia, y en todas partes están muy contentos con la obra. La droga es un problema mundial que trae detrás de sí a la violencia. Y no hay solución. Cada vez que hay un problema serio en la Tierra, Dios manda un carisma. Como respuesta ante la des-unidad del mundo de hoy, mandó el carisma de la unidad. En nuestro caso, el carisma de San Francisco nos llamó a vivir al lado de los adictos, con una convivencia fraterna sencilla, y el carisma de la unidad constituye nuestro método de recuperación. Con eso, tenemos todo para ayudar a esos jóvenes. Porque lo único que realmente precisan es amor. El desamor los precipitó en las drogas. Sólo el amor los puede sacar. Pero un amor gratuito, totalitario, donado. Esto los ayuda a re-encontrarse. Porque el amor ya está dentro de ellos. Y comenzando a vivir el Evangelio, a vivir el Amor, la presencia de Dios dentro de ellos crece. No es algo mágico: es natural. Conforme crece la presencia de Dios dentro de ellos, la droga pasa a no ser más un problema. Nosotros no hablamos de la droga, los animamos a vivir este amor, que es lo único que vale y da sentido a la vida. Un día les pedí que escribieran en un papelito aquello que pueden llevarse después de la muerte. Es muy poco. “Eso es lo que tiene valor”, les dije.
-Un secreto de su método es el acompañamiento de las familias. ¿Cómo logran involucrarlas en el proceso?
 
FH:. Durante todo el tiempo de la internación, nos encontramos mensualmente con las familias y las ayudamos a vivir el Evangelio. Si ellos no acompañan a sus hijos en este cambio de vida, no hay chances. El 70% de las familias de nuestros jóvenes son separadas, así que se necesita mucho perdón y respeto. En este camino, algunos padres reconocen que en la educación que brindaron a sus hijos faltaron en la enseñanza de la fe, que da valores y espiritualidad. Hay regresos a la Iglesia. De esa manera, cuando el joven sale de la internación, continúa encontrándose con la esperanza viva en sus familias. También hubo casos de hijos que recayeron, pero los padres continúan en los grupos, porque dicen que les hace bien y que lo precisan. Muchas familias nos dicen: “A causa de la droga en nuestro hijo, descubrimos a Dios”. El hijo que se renueva es como un vino nuevo que precisa odres nuevos. Si la familia no se renueva con él, el regreso será muy difícil.
-El 24 de mayo su asociación, la Familia de la Esperanza recibió el reconocimiento formal de la Iglesia Católica. ¿Qué significó para ustedes?
 
FH: Para mí fue una confirmación de la Iglesia a lo que sentimos dentro de nosotros: que el camino que estamos recorriendo y el carisma son de Dios. Es un reconocimiento y una responsabilidad. Cuando estuve con el papa, al final, él me miró a los ojos y me dijo: “Frei Hans, lleva la esperanza a todos los jóvenes del mundo”. Fue como si el propio Jesús me enviara, con cariño, y me diera una seguridad interna. Para mí fue muy fuerte. Nelson Giovanelli: También fue un momento especial cuando María Voce, la presidenta de los Focolares, a quien fuimos a visitar junto a su consejo, nos dijo que cuando la Iglesia aprueba una obra y la reconoce como hija suya, confirma que ese servicio es para el mundo entero. Y que tendrá la duración de la misma Iglesia, por lo tanto, para siempre. Fue un momento de una alegría muy grande, y un impulso para que, frente a nuestras fragilidades, no tengamos miedo.
-Volvamos a los comienzos de la Fazenda. Frei Hans: ¿Qué pensó cuando Nelson le contó de su primer encuentro con esos jóvenes drogadictos?
 
FH: Nosotros vivíamos la Palabra. Era una experiencia muy fuerte. Todos los días nos encontrábamos y nos contábamos lo que vivíamos. Así que cuando Nelson me contó de su encuentro con los drogadictos, yo sabía que él había ido para amar. Cuando el primer joven pidió ayuda, yo pensé: “Precisará psicólogo, médico, medicamentos... Pero no tenemos. Puedo darle lo que tengo”. Entonces le pedí vivir la Palabra, porque era lo que hacíamos. Y para nuestra gran sorpresa, vimos que ellos la vivían con más radicalidad que los parroquianos, mucha más. En poco tiempo estaban felices, y la droga ya no era un tema. Era una alegría contagiosa. La palabra realmente es una fuerza que descubrí a través de ellos. Luego fuimos descubriendo juntos muchas cosas. Y vimos que lo que inicialmente yo pensaba que precisarían (médico, sicólogo…) pocas veces fue necesario. Aunque estamos abiertos: cuando se necesita un psiquiatra, se lo llama. Pero para mi sorpresa, muchas cosas se resuelven con la parte espiritual. La base de casi toda dolencia, de tantas violencias, es la falta de lo espiritual, la falta de amor. Si no vivo el amor, me termino enfermando síquicamente. Muchas enfermedades físicas y psíquicas tienen su origen en la falta de amor. A veces ya desde la panza de la mamá, si no recibimos amor, eso repercutirá negativamente durante toda la vida de la persona. Por eso lo espiritual es la base de la recuperación.
-¿En qué momento se dieron cuenta de que estaba naciendo algo nuevo, una obra nueva?
 
FH: Fue cuando comencé a sentir como una especie de miedo. Pensaba: “Pero, ¿quién soy yo… y Dios hace esto…? Yo no tengo las condiciones para hacer esto… Después, me ayudó mirar la historia: siempre, cuando Dios llama, las personas tienen miedo. Uno siente que no es digno, que no es nada, que tiene fallas, siente toda su debilidad y sus limitaciones. Y aquí es importante detenerse y meditar, rezar, sufrir, hasta entender que Dios está haciendo algo en ti. A partir de ese momento, tú sientes que eres un instrumento. Jesús cuando entró en Jerusalén precisaba un burrito, pero las palmas, todo los festejos, eran para Jesús. Entonces, cuando la gente habla bien de la Obra, es para Jesús, y tú te sientes realmente como un instrumento. Aún así queda este miedo: “Dios, ¿no estaré destruyendo tu Obra? Podría ser más santo, mejor, podría crecer más…”. Entonces se precisa vivir y experimentar la misericordia. Lugo entendí que esta misericordia divina, fuerte, grande, que había experimentado, era para que la pudiera dar a todos. Para todos hay misericordia. Sin misericordia no podemos vivir. Precisaba un cambio dentro de mí, en mi modo de entender a Dios como “justo” o como “lógica”, como lo entendía antes, para comprender que es mucho más un Dios de la misericordia. La misericordia no tiene lógica. El “buen ladrón” que murió al lado de Jesús, se gana el paraíso como los que han amado toda la vida, y hasta lo gana primero: ¡no hay lógica! Como el hijo pródigo: cuando regresa, Dios hace una fiesta. Pero fue fundamental entender que esta obra no es de Nelson, no es mía, sino de Dios. Entonces, siempre que llega una dificultad, un problema, es de Dios. “Qué quieres que yo haga? Inspíranos, danos soluciones”. Si hay problemas económicos, o faltan vocaciones: “La obra no es nuestra, es tuya.., inspira, llama a jóvenes. Nosotros estamos dispuestos a hacer nuestra parte, pero tú nos tienes que inspirar”.
-En su historia, ¿cómo pudieron superar los fracasos?
 
NG: Un momento particular fue cuando ya estábamos viviendo juntos, los primeros jóvenes y yo, en una profunda comunión, siete meses después de ese primer encuentro en la esquina, y en un momento dado, uno de los primeros, un líder, salió y tuvo una recaída. Como era líder, arrastró a todos los demás. Éramos ocho que estábamos viviendo una experiencia excepcional de unidad, de comunión, de transformación, de alegría. Una noche, yo sentía una sensación de fracaso muy fuerte. Fui a misa, y después fui a hablar con el P. Hans. Le dije: “Se fueron todos”. Él respondió: “Y Dios, ¿se fue?”. Ambos callamos. Pero pensé: “No hemos nacido para tener resultados, ni para tener éxito, sino para amar a Dios. Y Dios se nos presenta en el dolor, en el sufrimiento, en la cruz”. Y quedó más claro para nosotros que a Dios lo encontrábamos allí, en la cruz, y que Él nos llamaba a amarlo abandonado y sufriente en las esquinas, y en las adversidades. En ese momento se afirmó nuestra elección de Dios, y no de una obra social de recuperación de drogadictos. Fue un momento decisivo, fue como el bautismo de la obra. De ahí en más, todo lo que acontecía de negativo: recaídas, fracasos, todo era visto en esa óptica. Nosotros atribuimos el crecimiento que tuvo la obra a ese “sí” a Dios, a Jesús abandonado. 

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